de la escuela, me iba a la biblioteca.
Yo era un muchacho y los guajes,
por aquello de que era diferente,
me tenían acorralado.
Ser hijo de emigrante
no es cosa de risa.
Crecí pues en la soledad.
Los libros de Burroughs
y los viajes de Verne
fueron mi caverna y mi salvación.
Aprendí a bajar la vista,
a recibir golpe tras golpe:
nunca fui ni seré gran cosa.
Una vez mi padre me dijo
que era un cobarde.
Como hace un rato con mi esposa,
yo me limité a callar.
Tengo toda el alma en carne viva;
pero no sangro. Y sí, duele:
eso no he aprendido a evitarlo.